martes, 20 de diciembre de 2016

Floreros de alabastro, alfombras de bakhara. Gorodischer

Angélica Gorodischer: Floreros de alabastro, alfombras de bokhara. Emecé Editores 1985. Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2002.

Resultado de imagen para Angélica gorodischer floreros de alabastro alfombras de bokhara“Si una consigue mantener los ojos cerrados durante un adecuado intervalo, todo se arregla. Lo importante es que eso dure lo suficiente. No hay que descartar la idea loca de que las partes decisivas de la vida son los intervalos. Menos que menos descartarla por eso, por loca.”

Una rosarina que se va a vivir lejos me “heredó” algunos libros, entre ellos dos de A. Gorodischer, y yo redescubrí a una escritora de un talento enorme. Hay una perfección de la sintaxis y de la métrica que me resultan deslumbrantes, más una vitalidad y una emoción que no dejan de hacer latir a ese resultado.
En Floreros… traza un personaje que sabe ser orgulloso de sus atributos y que sabe también ridiculizarse, sarcástico, fuerte y tierno. Es una mujer que advierte lúcidamente con cuáles ficciones piensa y qué le ordenan ellas decir o callar. Que se horroriza de los lugares comunes pero no duda en utilizarlos, llegado el caso, con humor: “nuestras miradas se cruzaron…”.
La creadora del personaje tiene un especial talento para narrar el fluir del pensamiento, el soliloquio interior. Su vértigo, sus idas y venidas, las contradicciones que lo cruzan. Siempre de la mano con la decisión abrupta y el acontecimiento que sobreviene. Como consecuencia, despliega una prosa que te lleva en andas y una acción de una vivacidad que te impide soltar el libro.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Manual para mujeres de la limpieza - Berlín

Lucia Berlin: Manual para mujeres de la limpieza. Edit. Alfaguara, Buenos Aires, 2016.


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Excelente lectura.
Nueva York, Nuevo México, México, Chile, el alcohol, los hijos, los amores, los trabajos. Todo está en estos 43 cuentos reunidos después de su muerte. El deseo a pesar de todo, aún en esas aristas que solemos rechazar con horror como si no le pertenecieran. El tiempo recomenzando desde los escombros de lo que se creyó infrangible. Una desvelada concisión para acertar en el punto sensible de cada situación desgarrada y atrozmente irónica.

No es que Lucia Berlin pinte su aldea; es que desnuda su vida, sin una gota de melodrama y acentuando sin estridencia lo que la hace partida. Y con un raro y tierno sentido del humor, habla desde la grieta como un eco de la misma, y escribe sobre sus bordes. O, a esos bordes, los crea con su escritura.

jueves, 20 de octubre de 2016

Barbara Cassin. La nostalgia

Barbara CassinLa nostalgia. Ulises, Eneas, Arendt. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 2014.


Quand donc est-on chez soi? (¿cuándo entonces está uno en su hogar?) es la prengunta que completa el título en francés. Bárbara Cassin se propone liberar al sentimiento de la nostalgia del sentimiento de pertenencia.
La nostalgia tiene dos caras, nos dice; una es el arraigo, las raíces, y la otra son las andanzas, la errancia por el mundo “por necesidad de tomar aire y con ganas de andar…”.
Con la Ilíada y en la Odisea hace notar que  Ulises aun no ha regresado cuando ya está en su casa y que Eneas retorna a sus orígenes cuando llega a un país extranjero. El exilio de este último se convierte en regreso al origen porque el origen es otra cosa que lo que se creía.
Tanto el origen como la nostalgia serían construcciones culturales. Abordados así, la segunda no es la añoranza de la propia tierra, hasta el punto de que la odisea de cada uno de nosotros consista en regresar a una tierra que no sea la nuestra.
El politropismo es propio de un retorno no unidireccional ni claro en cuanto a su meta. Pero la retrospección requiere de un punto de origen y éste es una ficción, una fijación (fixion, lo escribe Lacan) que indica a dónde se añora volver.
Se establece una relación no simple entre lo adentro y lo afuera, entre el viaje y el arraigo, entre el exilio y la patria. Es la topología de lo éxtimo. Finalmente, se trata siempre de la lengua: Hannah Arendt siente nostalgia por, retorna a, y conserva, sólo su lengua; ella es su patria esté donde esté.
De la Europa anterior a Hitler “seule demeure la langue maternelle”, dice Arendt. La lengua materna se vuelve la tierra perdida o conservada porque sólo ella permite la invención, la poesía, el saber-hacer. Las lenguas adquiridas, aunque sea a la perfección, no podrán ofrecer este material flexible y vivo con el que está amasado el inconsciente. De las otras lenguas nos servimos, la lengua materna se pone en acto sin que lo sepamos, es un saber que nos excede.
Así, “la fuerza política del lenguaje depende de su efecto de performance”, dice B. Cassin.
No tenemnos una lengua materna, ella nos tiene porque suena en nosotros desde el tiempo cero. Y no obstante eso somos políglotas. Cada lengua es una forma de pensar, es decir una gramática, y el ser de cada cosa se escabulle siempre.
El objeto se sustrae, pero no por lo que creemos. No porque nuestra percepción sea imperfecta o engañosa. Se sustrae porque la lengua que se extiende como una mano para agarrarlo es múltiple, y fundamentalmente equívoca. El equívoco de la lengua ( es decir lalangue) vuelve al mundo incierto. Tanto una sola lengua por entrañar lo equívoco, como todas las lenguas en sus relaciones entre sí por llevar el equívoco a su máximo exponente, hacen que las cosas sean intrínsecamente diferentes de ellas mismas.
Sumergirse en la traducción imposible y navegar en la equivocidad de las lenguas, en los sentidos estallados y en las homofonías y homonimias, aleja del riesgo que lleva consigo la pretensión de lo unívoco: la uniformidad, el totalitarismo, la verdad Una.



martes, 4 de octubre de 2016

La vacilación de Hamlet y la decisión de Shakespeare - Bonnefoy

 Yves Bonnefoy: La vacilación de Hamlet y la decisión de Shakespeare. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2016.

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Hamlet ama a su padre pero no puede abrazar el orden establecido que él representa. La hipótesis de Yves Bonnefoy es que Hamlet adhiere a un nuevo comienzo, a una refundación. Pero aún más que eso: “words, words, words” sería la expresión, en boca de Hamlet, de la vanidad de todo sentido o significación y no solamente el deseo de sustituir unos valores por otros. Elsinor es corrupta y violenta; pero es también el imperio de una palabra muerta, desmembrada y estéril, en la que prevalece la forma plegada sobre sí misma y separada de la existencia. La esclerosis de las palabras es solidaria de la obsolescencia del orden social.
Aquí es donde Y. B. empalma con una concepción de la poesía que hace suya y que también le atribuye a Shakespeare. Es la que produce acontecimiento o acto con su materialidad sonora y rítmica, esa que no se doblega a la métrica ni a la rima para hacer caber una significación en ellas. Una poesía cuyo verso es “la punta de lanza que desgarra en el discurso las representaciones de cosas y de seres que el pensamiento simplemente, ordinariamente conceptual corre el riesgo de reificar”.
¿Cómo no ver enseguida, diremos nosotros, el parentesco profundo de esta idea del verso con la finalidad que Lacan le otorga a la interpretación psicoanalítica? A través de la cual “la verdad se especifica por ser poética”. “Hay más por encontrar en el ejercicio de la palabra que la significación más o menos renovada o mejor dicha”, dice el autor de este libro.
El amor de y por Ofelia sería la vía, si Hamlet pudiera consentir a tiempo, que lo transportaría en el intento de reformulación de los valores de la sociedad de su tiempo. Es desde el amor que su vacilación podría haberse resuelto.
La mujer, entre una modernidad naciente y un Medioevo aún no lejano, se desdobla entre Ofelia y Gertrudis para hacerse representante de un goce fantasmático que se teme y al que se quiere desesperadamente poner en caja, si es que desde ahí no se salta al extremo de una figura ideal e impoluta, e igualmente irreal y estéril. El maniqueísmo imperante en relación a lo femenino impide en todo caso a la mujer ser el otro, el par, el compañero igual.
Con el “teatro dentro del teatro” el príncipe busca hacer aparecer a Claudio como su imagen especular, ya que ejerce una fascinación sobre él que es producto de un oscuro punto de identificación. Ciertamente, Hamlet no quiere el poder que confiere la traición y el asesinato, ni siquiera el poder a secas; pero es capaz de degradar el amor por Ofelia así como de postergar su misión de venganza con argumentos endebles.
Y. B. desplaza el acento puesto, en el drama, sobre El asesinato de Gonzago, la escena sobre la escena, para ponerlo sobre la Muerte de Príamo, pasaje sobre las últimas horas de Troya, que emociona profundamente a Hamlet y se hace recitar por los actores que instantes después representarán la infructuosa Ratonera.
En este desplazamiento se asienta una tesis, no sobre Hamlet sino sobre el propio Shakespeare y su concepción del teatro y la poesía, la cual aspira romper el molde convencional del soneto y transgredir el corset semántico para plantear una poesía y un teatro en ruptura con él, de una eficacia distinta.
Pero además esa pieza preliminar vale por su contenido ya que Hécuba, en su grito desgarrador frente a la muerte de su marido, se constituye en el exacto revés de Gertrudis, la madre que Hamlet todavía ama y de la que espera un signo de remordimiento. Si, posteriormente, La ratonera hubiese servido menos para atrapar a Claudio que para despertar a la reina, Hamlet habría podido consumar su amor por Ofelia y llevar a cabo la venganza encomendada por el espectro.
La representación de La ratonera, con su prosa pesada y rígida, es un habla que resiste, opuesta a un habla performativa y lúcida; es esto, dice Bonnefoy, mucho más que la pretendida trampa que probaría los pecados del rey usurpador. Esa palabra resistente, que termina por vencer en la tragedia, es una muestra del aspecto más pobre de la poética, el más disciplinado y menos proclive al acto.
Cerca ya del final la confrontación será con Laertes. Joven y fuerte como el mismo Hamlet, es sin embargo su negativo puesto que se inserta cómodamente en el orden social imperante, y lejos de cuestionarlo lo reivindica en sus estereotipos. Es esto lo que Hamlet, según Bonnefoy, escucha en la escena del cementerio: más allá del dolor del hermano, el señorío de la representación y de los universales que dejan fuera lo vivo de una vida particular. Por eso se enfurece y se arroja sobre él con la fuerza de su verdadero amor por Ofelia.
El devenir del personaje Hamlet es “la cifra de las alienaciones que la poesía debe desarmar”. Se debate, como cada uno de nosotros, en la repetición y el síntoma, antes de cierta liberación de la palabra que dejaría paso al acto.
En Hamlet hay más, dice este profundo conocedor de Shakespeare, que una conclusión en la muerte y en el sinsentido absoluto luego de la hesitación y los actos de término erróneo, de las contradicciones y de la ocasión repetidamente desperdiciada. Y ese “más”, subyacente al desenlace nihilista, está en una relación indiscutible con lo que llama “la decisión de Shakespeare” relativa a la poesía. La transgresión de lo que la retórica ordena es su elección última respecto de aquella; en ese plano ubica Bonnefoy su conexión con lo inconsciente, “ese pensamiento que sigue vivo por debajo del martilleo del instrumento conceptual”. Lalangue, diríamos con Lacan, subtendiendo la emergencia del verso.
Todo lo que aleja del verdadero filo de la poesía sería aquello que queda incluido en el concepto, en la representación, en los universales, en las abstracciones, el estereotipo y el dogma. En el polo opuesto de esta reflexión clausurada sobre el ser está la existencia y su penetración afectiva, pulsional, empática.
El primer punto de vista conduce al “sueño” (al fantasma, diríamos), sueño de un absoluto al que quieren atrapar las abstracciones y los conceptos: “(…) lo llamaría la ilusión estética, y es el trabajo del arte en la medida en que éste se rehusa a la poesía”. Lo que implica desplazar lo real por la belleza de la apariencia, y lo real entonces es el mal: el exterior del sueño.
Hay entonces en este libro una mirada de la pieza teatral no exegética ni psicológica que pondrá énfasis en cierta política de la poética, si vale la expresión, que la célebre tragedia transporta via la decisión de William Shakespeare.

martes, 20 de septiembre de 2016

Copérnico - Banville

John Banville: Copérnico. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990.
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“(…) entonces llegó la solución, con calma, como si un enorme y sereno pájaro dorado se posara sobre su cabeza agitando sus grandes alas con un sonido monótono. Era tan simple, tan maravillosamente simple, que al principio no la reconoció.”

En un mundo donde Dios es la medida de todo, las teorías científicas sobre las causas y las finalidades de los fenómenos naturales solo pueden ser construcciones descriptivas, útiles para explicar que las cosas se muevan en un sentido más que en otro, y estrictamente nada más. Aristóteles, Tolomeo, Nicolás de Cusa, sus teorías son correctas, no verdaderas; la ciencia de la antigüedad y del Medioevo no traspasa el límite de aquello que debe quedar en las esferas de la filosofía y de la religión.
Nicolas, sin embargo, pretendió que la astronomía rompiera esa barrera y tocara lo real, que no se conformara con especular sobre lo posible. Había una ruptura que hacer en el seno mismo de la ciencia; él contaba con esa intuición que precede al quiebre de un paradigma. Y ella, la intuición, lo conducía en la dirección de un acto innovador que lo consumara.
Primero fueron las artes liberales. Ante el profesor que imparte el trivium de lógica, gramática y retórica el joven y penetrante Nicolas resuelve el acertijo de los 3 hombres y los 5 sombreros. El mismo del que Lacan se sirve para desplegar el tema de los tres tiempos lógicos. Y se introducía, en el cuadrivium que incluía a la astronomía junto con la geometría, la aritmética y la música, en los misterios de compartimentar el continuo que obligan a la flecha de Zenon a un recorrido infinito.
“La verdad es un concepto ambiguo” le había dicho uno de sus maestros aludiendo a las teorías del universo, y eso tendría un eco prolongado en su pensamiento, una resonancia que alcanzaría a su gran conjetura heliocéntrica. Como sucede solamente con esos contados sabios que son capaces de inaugurar una epistemología rupturista, su obra se erige sobre lo que el pensamiento de lo evidente e intuible rechaza, y se aplica a otorgarle legalidad científica.
La inspiración del joven Koppernigk, esa confusa agitación del que no sueña ni un instante con la inmortalidad sino que solo se siente presa de un impulso ingobernable e impresentable, es delineada con maestría literaria por J. Banville: entre el concierto de ideas fragmentarias, los errores, los recomienzos, el agotamiento y el temor a la locura, la lucidez súbita que lo conmina a no desechar aquello que la ortodoxia condena.
Nicolas y su hermano Andreas, unidos “por correas de odio y pavoroso amor”, caminan desde Cracovia hacia Italia en un peregrinaje cargado de inclemencias, enfermedades y muerte.
Fue más tarde sin embargo que advirtió que la muerte “produce un súbito vacío en la tierra, un agujero en el tejido del mundo”, cuando murió su cruel tío materno. Pero, y como suele ocurrir, en la estela del duelo por la detestable figura paterna se precipitó su escrito, el comentariolus con los axiomas del heliocentrismo; lo echó a andar en copias de amanuense sin poder hacer otra cosa y profundamente aterrado. Copérnico sentía miedo, y este alimentó su silencio y su reticencia hasta su muerte.
Especialmente enfatizado que no buscaba la verdad ni creía en ella, que bastaba una armazón discursiva convincente aunque careciera de significación, que lo verosímil era todo lo que se podía esperar y que la verdad es escurridiza: tal vez por eso, diremos, pudo tocar un real.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Lo finito y lo infinito - Badiou

Alain Badiou: Lo finito y lo infinito. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2016. Colección El maestro ignorante.

http://content.cuspide.com/getcover.ashx?ISBN=9789876144971&size=3&coverNumber=1&id_com=1113

Alain Badiou, el entusiasta filósofo de la ontología matemática, les explica a los chicos (pero no exclusivamente) el huidizo significado de lo infinito. Hay que oponerle primero lo finito, claro está; eso mismo que somos, no obstante lo cual ¡podemos pensar el infinito! Diríamos aquí que es precisamente porque el infinito nos habita bajo la forma del lenguaje. Pensarlo constituye nuestra fuerza, le asegura Badiou a su público infantil.
¿Cómo introducir a ese público en las dos clases de infinito? Más fácil de sugerir una representación que el otro, el infinito virtual es lo que puede continuar siempre. Después del último número se puede poner un número más, y aun otro después del “último”; y sin embargo cada uno de ellos es finito, por eso fabrican un infinito que se empuja siempre más adelante.
Pero también se las arregla para explicar el infinito actual, denotándolo como un conjunto susceptible de ser aprehendido de golpe, sin metonimia. Cuando lo finito se cierra, había dicho, se pueden distinguir en él lo grande y lo pequeño: dejando implícito que en lo infinito tal distinción no es posible, esa inasimilable anti-intuición que debe prescindir de la idea de todo y parte.
Y de repente el crecimiento del infinito virtual o potencial es puesto en escena por la entrada de los ceros en la sala, ocasionando monstruosos crecimientos geométricos que serán llamados al orden por el número omega, de la mano de Cantor.
Siguiendo este camino lo infinito será, matemáticas mediante, desposeído de contenidos tanto religiosos como metafísicos; era pues menester narrar este acontecimiento lógico que ya no apela a ninguna trascendencia.

domingo, 28 de agosto de 2016

Anticipo del libro: "El cuerpo en la experiencia psicoanalítica", de Claudio Dualde

Claudio Dualde  ejerce como psicoanalista, supervisor y docente en la institución La Tercera desde hace más de diez años, y en forma particular hace más de veinte años. Como docente es integrante de la Cátedra Clínica de Adultos de la UBA, y dicta cursos y seminarios de posgrado en varias instituciones. Además, coordina pasantías en La Tercera para universidades como El Salvador, Kenneddy, Palermo, etc. Se desarrolló durante muchos años en el área de las toxicomanías, coordinando el Equipo Profesional del Centro Terapéutico Minerva, institución para pacientes duales. Actualmente prepara su primer libro.

https://drive.google.com/open?id=0B9td7xF36J-iTkhWaWpvX0k1SzR2UVhfTkhkblhjekNDNWZV

https://drive.google.com/open?id=0B9td7xF36J-iYzJKRGR3X0R1ZFZpbzM2OURMdkllZ1VkQU4w

martes, 16 de agosto de 2016

Tres Luces - Claire Keegan

Claire Keegan: Tres luces. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011.


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En su momento nos estremeció Antártida (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2009), un conjunto de historias de estética sobrecogedora y trama sin aliento. En Tres Luces C. Keegan te lleva al foco del drama a través de un relato exacto, despojado y vibrante. Todo ha sido anunciado ya cuando llega el desenlace: por el súbito trastorno de una voz, pero también por una mano que oprime brevemente, por el zumbido lejano de una motosierra o por el peso de un balde con agua; el lector se da cuenta entonces de que son un enjambre de desenlaces los que fabrican el nudo de esa reseña apretada y llena de emoción.

La niña de Tres Luces corre, primero llevando cartas y más tarde un estallido de amor filial. Un amor cuyo latido nos llega a través de la letra de Keegan con un eco poderoso. Bebiendo agua, de esa que jamás devolverá el trozo perdido de la mujer que la acogió, apura el trago amargo de su propio abandono: “la agarro de la mano y siento que la equilibro”. Había pisado al llegar una frontera difícil, donde ya no era la misma pero tampoco la otra, cuando aún no se marcha el que la llevó hasta allí, dejándola sin valija, sin explicación y sin promesa de volver a recogerla.

lunes, 8 de agosto de 2016

Una mujer sin más allá - Allouch

Jean Allouch: Una mujer sin más allá. La injerencia divina III. Edit. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2015.
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Las relaciones entre el amor, el deseo y el goce tendrán, según Allouch, configuraciones diferentes según que el Otro exista o inexista para cada quien; según que se haya notado el acontecimiento de la muerte de Dios y más aun, que se le haya dado la segunda muerte (olvidando la primera).
Según en fin que para el hablante haya un más allá renegatorio de la castración o que ese más allá se haya dejado caer, en el sentido fuerte del término.
El Otro habita en el partenaire heterosexual (ausente), en el heteros llamado también lo femenino, mencionado asimismo por Lacan como el lugar de Dios, en Encore.
En las relaciones de amor en general y en la relación transferencial en particular está en juego un goce que puede ser menguado, del que puede obtenerse una temperancia via la declinación de toda trascendencia de la vida para que ésta incluya a la castración y a la muerte.
Declinado lo trascendente la cosa femenina deja de estar ligada a lo desconocido e inefable para ser, encarnada en el compañero sexual más allá de su género, aquello que puede compartimentar el goce, sosegar su sufrimiento, morigerar su demasía. Es un femenino que lleva al extremo la consecuencia lógica de la ausencia de relación sexual.
Existe una cuestión de gradación en este asunto, tanto cultural como personal, de la inexistencia del Otro. Lo cual J. Allouch interpreta, leyendo a Lacan, diciendo que Dios murió pero aun se nos aparece su espectro, como Hamlet padre; o que el Otro inexiste pero no se ha descartado todavía toda posibilidad de que exista. Existe más o menos, existe un poco no obstante su muerte, o para decirlo con más precisión, la muerte de Dios nos sume, como suceso efectivo, en una vacilación que va de (A) a S() y vuelve, antes de que reciba su último ramalazo, cosa que se espera de un análisis llevado a su término.
Mientras tanto, la sexualidad en hombres y mujeres está impregnada de esta cuestión, su modo de hacer síntoma responde a esa vacilación aludida.
La caída de toda y cualquier trascendencia es estrictamente correlativa de un tipo de amor (ese que J. Allouch se dedica a re-censar en El amor Lacan), que encuentra en él mismo su límite y que desemboca en un impasse permanente, un amor que no alcanza su fin.
Un objeto de amor “sin más allá”, es la expresión que J. Allouch toma  prestada de F. Alquié, el amigo de Lacan  que la usa para calificar a la mujer objeto de su obsesión. Ese objeto puede estar en posición divina sin ser Dios.
Es una posición que se acerca a la de un dios pagano y no al Dios del monoteísmo, en primer término. En segundo lugar, y si más allá del objeto de amor no hay nada, carece de ex-sistencia, es decir que no ocupa un sitio de excepción.
La relación erótica entre Dionisos y Ariadna (Nietzsche), que ejemplifica este nuevo modo de amor sin Dios, reafirma la inexistencia de relación sexual pues tanto la erótica como la ética de cada uno de los partenaires son distintas y no se complementan con las del otro. Cada uno es dueño de un don dado y de un don recibido y ellos son heterogéneos.
Ariadna no es una diosa pero sí una presencia divina: mujer sin-más-allá que consumaría la muerte de Dios. Y que sería susceptible de dar un tratamiento a aquello que se presenta como un exceso, “desorganizado, caótico y sobresaturado”.
Es entonces cuando el amor cambia de paradigma, deja de ser el amor del padre (genitivo objetivo y subjetivo), el amor de la salvación y de la coerción. Pasa a ser el amor que ha sido bautizado “amor Lacan”, que sustituye lo Uno por lo diverso, que no es incondicional y que, como recordamos más arriba, lleva en sí su propio límite. Que pone en obra, podríamos decir, a la castración misma.
Y comprendemos mejor todavía lo que ya Allouch había llamado espiritual, redefiniéndolo:


“Ese flujo necesita la carne de Ariadna, y en esa misma necesidad tiene en cuenta un estatuto que no depende para nada de un más allá. A lo que entonces es declarado “divino” yo lo llamo “espiritual”, de modo que se torne explícita la ausencia de más allá, de trascendencia”.


Allouch destaca asimismo la notable ausencia de más allá en la enseñanza lacaniana, en sus grafos, en la topología y en los nudos. Esto es acorde a una epistemología que ya no es la del Uno.
En el dispositivo analítico, que al decir de Allouch es un tipo de acoplamiento, ese lugar sin-más allá como temperador del goce que hace sufrir le corresponde al analista, mientras que el de Dionisos le toca al analizante. Cuando se trata del descifrado de un sueño por ejemplo:  su “diversidad excesiva” y goce concomitante sufren una redistribución que atempera esa diversidad e interviene por lo tanto en su economía libidinal, con una eficacia mucho mayor que los sentidos metafóricos que “interpretan” al sueño.


“(…)el cifrado penetra el desciframiento que, por su parte, modifica su configuración. La libertad de Ariadna, ser de carne que domestica a su verdugo Dionisos, es la que actúa, descifra, escande, puntúa. (…) de su disponibilidad y de su capacidad para dejarse penetrar por el exceso dionisíaco, así como de su relación con la muerte, único sostén efectivo de su libertad, depende el desciframiento de un sueño, vale decir, que se produzca una disminución de goce, un determinado plus (de la negación “ne…plus”) de gozar.”


Y para concluir:


“(…) esa erótica permite situar bajo una nueva luz el ejercicio analítico concebido como erotología de pasaje. Pone de relieve que aquello que está en juego es una domesticación de las pulsiones, que tal domesticación no puede ser sino el resultado de un acoplamiento que reduce el sufrimiento goce produciendo un “plus”, es decir, una disminución del gozar.”

domingo, 31 de julio de 2016

Desgracia - Coetzee



John Maxwell Coetzee: Desgracia. Novela. Penguin Random House, Buenos Aires, 2015.


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(Del libro). “J. M. Coetzee nació en 1940 en Ciudad del Cabo y se crió en Sudáfrica y Estados Unidos. Es profesor de literatura en la Universidad de Ciudad del Cabo, traductor, lingüista, crítico literario y, sin duda, uno de los escritores más importantes que ha dado estos últimos años Sudáfrica, y de los más galardonados. Premio Nobel de Literatura en 2003…”


“La belleza no es dueña de sí misma” dice David, quien, montado en un afán de seducción indiferente al acuerdo de la mujer que lo cautiva, se verá transformado de remitente en destinatario de un mensaje que adopta, ahora, proporciones siniestras.
Solamente indentificado, quizá, a la Teresa de Byron hallará más tarde que temprano un margen de libertad dolorosa, en la inspiración; se dejará conducir entonces por la verdad inaparente de una historia de amor que le dicta la música que a ella le conviene, tomando por insólito instrumento el antiguo banjo de juguete de su hija.

Una única nota de fondo, no varía. Es la ignorancia monocorde del parentesco formal entre el drama de partida y el drama final que se desenrolla, paso a paso, bajo sus incrédulos ojos, y frente al cual toda su resistencia, su solicitud paternal y los principios que da por sentado se estrellan contra un muro incomprensible.

martes, 26 de julio de 2016

Quentin Meillassoux: Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia


Quentin Meillassoux: Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia. Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2015. (Après la finitude. Essai sur la nécessité de la contingence. Éditions du Seuil, París, 2006).

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(De la contratapa). “(…) Precursor de un movimiento filosófico conocido mundialmente como “realismo especulativo”, Meillassoux se lanza en este, su primer libro, tras los pasos de Locke y de Descartes a la conquista de lo absoluto por el pensamiento. Pero el absoluto recobrado más allá de la finitud humana carece ya de toda eminencia o necesidad, y de cualquier vestigio de ingenuidad y de nostalgia pre-kantianas: es Caos y mera facticidad, sinrazón y contingencia ciega de todo lo que existe. (…)”

Por un camino que, en principio, intenta hilvanar desde hace varios años el pensamiento de Alain Badiou, me sentí impactada por este libro de tesis sorprendentemente fuertes.
Meillassoux defiende de entrada la existencia del objeto-en sí, esto es por fuera del sujeto que lo piensa, y propone que su ontología, despegada del ser de la metafísica, es lo que de este objeto puede ser expresado en términos matemáticos. Es el inicio de su objeción al correlacionismo en filosofía, el cual se rehusa a considerar un objeto independiente del acto de pensar.
¿Cómo dar lugar si no a las formulaciones de la física contemporánea sobre el universo, expresadas matemáticamente por supuesto, muy anteriores a la aparición no sólo de la vida humana pensante sino también de la vida misma?
Lo ínico absoluto, es también su tesis, es la imposibilidad de lo necesario. El principio de razón suficiente (Leibniz) será refutado por la facticidad o ausencia de razón, aplicadas incluso al principio de no contradicción del que parte la lógica. La no-contradicción es fáctica entonces y no absoluta, porque de lo único que podría dar cuenta la lógica es de sí misma: “la única cosa que nos está dada esel hecho de que no podemos pensar nada contradictorio”.
Si pensar se extiende, con Freud, al inconsciente, ¿no puede acaso la facticidad de la no-contradicción, como invariante del pensamiento consciente, transformarse en contradicción –fáctica- en el seno de los pensamientos inconscientes…?

lunes, 18 de julio de 2016

domingo, 17 de julio de 2016

domingo, 22 de mayo de 2016

La sombra china de Jacques Lacan

Gracias, Valeria Defranchi, por esta nota:

http://www.lanacion.com.ar/1036743-la-sombra-china-de-jacques-lacan


La sombra china de Jacques Lacan

El ensayista y semiólogo François Cheng introdujo la poesía y la filosofía
orientales en el ideario lacaniano. Dos de sus libros, que ahora se consiguen
 en Buenos Aires, influyeron en las teorías del brillante y controvertido
seguidorde Freud

MARTES 12 DE AGOSTO DE 2008
Por Luis Gruss


Su nombre no suena con demasiada frecuencia por aquí. Quizás ahora un poco más, con la reciente llegada a las librerías porteñas de dos de sus libros fundamentales: Vacío y plenitud (Ediciones Siruela) y La escritura poética china(Pre-textos). François Cheng (nacido en Pekín en 1929 y luego nacionalizado en Francia, país adonde se trasladó en 1948) es, sin embargo, el más reconocido experto en el conocimiento y difusión de la espiritualidad de Oriente. Sus reflexiones fueron fundamentales, entre otros, para su admirador y amigo Jacques Lacan, cuyas investigaciones en torno al valor del significante confluyeron naturalmente con la teoría de palabras llenas y palabras vacías o muertas que Cheng elaboró al analizar la escritura poética china. El sueño tiene la estructura de una frase, decía Lacan en su estilo enigmático que armonizaba con el de Cheng cuando éste comentaba aspectos de la escritura poética china: el ritmo desempeña una función primordial, ya que indica la forma en que se agrupan las palabras y permite decidir cuál es su verdadero sentido.
Filólogo, poeta, ensayista, calígrafo, traductor, novelista y semiólogo, Cheng ha sido un estrecho colaborador de Lacan. El psicoanalista francés lo presentó en uno de sus célebres seminarios (abril de 1977) con su ironía habitual: "François Cheng, que en verdad se llama Cheng-Tai-Tchen, se ha puesto François con el objeto de reabsorberse en nuestra cultura, aunque esto no le ha impedido mantenerse muy firme en lo que hace, un trabajo de gran utilidad para los que aquí se consideran analistas".
La zambullida china de Lacan nada tuvo que ver con el exotismo que a veces provoca en Occidente aquel mundo lejano de ikebana, té verde, dragones y flores de loto. Lacan vio una clave de sus teorías en los estilizados ideogramas chinos. La forma genera sentidos inesperados. La forma, debe subrayarse una vez más, arrastra por añadidura el contenido y no al revés, como antes se creía. La poesía china es eminentemente metafórica. Sólo así puede concebirse (por ejemplo) que la unión nube/lluvia aluda por elevación al acto sexual; el jade, a la mujer de bellas formas o que la luna llena señale un reencuentro de amantes. Según el imaginario chino estudiado por Cheng, la montaña pertenece al yang y la nube al yin. En ese caso la montaña designa al hombre y la nube (inalcanzable), a la mujer. Las voces que emanan de ellos, entonces, son: "Viajo pero, como la montaña permanezco contigo" y "Estoy aquí pero, como la nube, mi pensamiento viaja contigo". Esto, aunque resulte arduo de asimilar para el lector occidental, está resumido en un dístico de Wang Wei, destacada figura poética junto a Li Tai Po durante el reinado de la floreciente dinastía Tang.
El lago se vuelve sobre un instante/ La verde montaña rodea la nube blanca


Lacan leyó con atención a los poetas chinos y en ellos, de la mano de Cheng, observó que los ideogramas generan sentido en los versos. Algo análogo sucede en el diván del analista. Simples sonidos evocan situaciones más complejas que trascienden ampliamente las palabras pronunciadas. En su libro La escritura poética china , Cheng cita el "sencillo" ejemplo de un ideograma que, por sus componentes gráficos, suscita una imagen poética. En China la expresión po-gua(literalmente, "melón partido") designa los dieciséis años de una joven deseable y casadera. A partir de una imagen gráfica se llega, al final de la cadena significante, a la idea erótica de carne tierna (melón) y fresca, mordedura sensual, etcétera. La partición del melón podría ser interpretada como pérdida de la virginidad. Este raro juego de espejos se entendería mejor, claro, si se viera el dibujo partido del ideograma correspondiente.
En su Seminario 24, Lacan les dice a sus alumnos: "Yo quisiera llamar la atención sobre algo: el psicoanalista depende de la lectura que hace de lo que dice el paciente. Y lo que escucha no puede ser tomado al pie de la letra [ ]. ¿La verdad despierta o adormece? Me gustaría que antes de responder leyeran a François Cheng, ya que con la ayuda de lo que se llama escritura poética ustedes pueden tener la dimensión de lo que podría ser la interpretación analítica".


Eran habituales las caminatas y conversaciones entre Lacan y Cheng, quien no casualmente dedica su libro Vacío y plenitud "al maestro Jacques Lacan", cortesía que el psicoanalista francés solía devolver en el mismo tono. Leyendo poemas chinos de la Antigüedad o analizando pinturas donde las áreas en blanco eran muy evidentes, los dos pensadores concibieron la noción de vacío no como algo vago e inexistente sino como un elemento dinámico y activo.
El vacío pasa a ser un signo; es origen y elemento central en el surgimiento de " las diez mil cosas" del mundo. La pincelada del calígrafo o del artista acaba diciendo mucho más de lo que se había propuesto, tal como sucede con el paciente en el consultorio. Lo dicho se traduce en un malentendido eterno. ¿Por qué? Porque una palabra no revela claramente su sentido (por ejemplo, la voz china dao o tao no refiere sólo al camino aludido). Más bien conduce a otras voces en una cadena lingüística así como un sentido conduce a otros. Siempre decimos más de lo que nos proponemos. Esto último se produce mediante los conocidos mecanismos inconscientes de desplazamiento (desvío) y condensación. La digresión es el recurso preferido en estos casos. Sólo hay algo nuevo en el significado cuando hay algo también nuevo en el significante. El sujeto que habla no es amo y señor de lo que dice. En los hechos, termina diciendo más de lo que quiere. Termina expresando (siempre) otra cosa. Desde el análisis lacaniano se afirma que hay que entender al paciente más allá de lo que dice. En cuanto se quiere afirmar algo, se producen incidentes inevitables: de ahí la confusión y la imposibilidad del diálogo como absoluto lazo de unión. Cada uno de nosotros es hablado por la lengua. Por eso, en principio conviene que no nos tomemos a pecho ni a nosotros ni a los demás. El oficio propio del analista es escuchar al paciente casi como si hablara a través de ideogramas chinos: diciendo mucho más allá de lo que dice. Interpretar es escuchar al sujeto no en lo que él cree pronunciar sino en el deseo que fluye a través del significante que por algún motivo eligió.
En función de estos razonamientos, Cheng se detuvo especialmente en los poemas de Li Bo (o Li Tai Po) y otras tantas obras maestras que, como se ha dicho, iluminaron el cielo del arte bajo el imperio de los Tang, durante los siglos VII y IX de nuestra era. Entre varios centenares de poemas, Cheng eligió para su análisis -realizado al unísono con Lacan- una conocida cuarteta ("Escalinata de jade") que podría traducirse así:
Del umbral de la escalinata de jade Brota un rocío blanco/ La larga noche penetra en las medias de seda/ Dejando caer la cortina de cristal/ Contemplada al trasluz por la luna de otoño.
El tema abordado es la noche de espera de una mujer ante la puerta de su casa vacía. La espera es inútil porque su amante no llegará. Desilusionada y con frío, la mujer se retira a su cuarto. Allí baja la celosía de cristal y se queda un rato más, confiándole su pena y su deseo a la luna, cercana y lejana a la vez. Li Bo invita al lector a vivir los sentimientos del personaje desde dentro. Pero sólo entenderá mejor la idea que sobrevuela allí el lector familiarizado con el valor simbólico de los significantes chinos:
Escalinata de jade: piel lisa y suave de una mujer. Rocío blanco: noche fresca, hora solitaria, lágrimas. Y tiene un matiz erótico. Media de seda: cuerpo de mujer. Celosía de cristal: interior del gineceo. Luna de otoño: presencia lejana y deseo de reencuentro.
Con esta secuencia de imágenes -dice Cheng-, el poeta crea un mundo coherente y misterioso. Las cosas parecen derivar unas de otras de manera inexorable. Por intermedio de los signos, la luna adquiere su estatus de símbolo primordial de los poetas chinos clásicos, artistas de una sensibilidad nocturna que revela el secreto de una noche de mito y comunión. El amor (que Lacan ha definido como dar lo que no se tiene a quien no es) se conecta con la idea del vacío esencial, es decir, fuente permanente del deseo aunque no excluya -en esa búsqueda infinita- el dolor y la melancolía que inevitablemente nacen de la ausencia.