lunes, 15 de mayo de 2017

Cuna de gato - Vonnegut

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Kurt Vonnegut: Cuna de gato. Buenos Aires, La bestia equilátera, 2016.

Bordando alrededor del real impenetrable de la bomba sobre Hiroshima, lo más destacable de esta historia fue para mí la penetración progresiva del lector en una religión única, hilarante, mentirosa en su totalidad y por lo mismo la más verdadera concebible. Bokonon, santo, negro, proscripto, dueño de una sabiduría sofística y brillantemente aglutinante. Newton, Angela, Frank, los desamparados hijos de un infeliz y peligroso perverso. Y el narrador, que encontrará la cifra de su vida en la última línea de la historia, de la mano y por la boca de la inconsistencia de Todo.

jueves, 4 de mayo de 2017

Anticipo del libro "El cuerpo de la experiencia psicoanalítica", de Claudio Dualde - Introducción

INTRODUCCIÓN
LA BÚSQUEDA
La causa de este libro es una búsqueda. No diré de respuestas, porque sería pretencioso. El simple hecho de formular las preguntas ya es ardua tarea, y me confronta con la verdad de que la elección de los términos es el menor de los problemas. Los términos están ahí, en la teoría, en los discursos, en los libros, en los artículos de los psicoanalistas.
Pero ¿de qué hablamos los psicoanalistas?
Decir “los psicoanalistas” es ya una forma de colectivizar el significante, es decir, de diluir la experiencia. Decimos “los psicoanalistas” como se dice “los colchoneros”, “los electricistas” o “los camioneros”. Somos un gremio. Mal que nos pese.
Pero en la experiencia analítica hay algo específico, algo no colectivizable. Algo singular circula entre un analizante y un analista. Eso que circula es la palabra. Allí donde se habla, algo falla. Hablar es una forma de fallar. Y de esto hacemos nuestra materia prima.
Pero en cuanto queremos dar cuenta de la experiencia, nos sucede lo mismo que al resto de los mortales: las palabras nos traicionan, nos confunden, nos enriedan.
Obsérvese que digo “los mortales” como sinónimo de humanos. Sólo el hombre es mortal, como recuerda Borges. Las demás criaturas ignoran la muerte.  Y no es que el ser humano pueda saber lo que es la muerte. Se trata de su alusión. El viejo Aristóteles nos enseña que “Todo hombre es mortal”, desde aquel viejo silogismo.
Nótese que hablo de “todo hombre” como universal. El hombre es universalizable. La mujer no toda es. Lacan aclara que el “todo hombre” del “todo hombre es mortal” significa “todo hombre nacido de un padre”. No hay forma de saber nada sobre la muerte, si no es por la función del padre muerto.
Con esto tocamos el tema de la función fálica, y todas las confusiones que produce.
Pero antes de adentrarnos en este tema diré que lo que me causa, lo que me empuja a escribir, es preguntar acerca de aquellas otras formas de fallar. ¿Qué pasa cuando falla la función fálica, que es una forma de fallar? De fallar la relación sexual.
Cuando falla la falla ¿qué pasa?
Aquellas otras manifestaciones clínicas que eluden la represión, que no apelan a la mediación del falo, que no concluyen en la producción de síntomas: ¿son meros déficits de algo que debía darse, o son diferentes formas de mostrar la misma estructura, la del Hiflosigkeit, la del desamparo original frente al Otro que no puede decir todo?

LA FUNCIÓN FÁLICA
Los analistas hablamos a diestra y siniestra de la función fálica. Muchas veces, reconozcamos, es palabra vacía. La damos y la recibimos como la gastada moneda.
A riesgo de caer en redundancia, quiero interrogar qué es lo designado con esta locución. Si tuviera que explicarse a alguien que no sabe nada (yo mismo) no sería sencillo hacerlo.
Pido disculpas por interrogar cosas a tal punto básicas. Pero creo que cuando no se interroga lo básico, se reproducen las confusiones. Cuando una noción se da por entendida se empieza a usar para todo.
Busquemos pensar la función fálica siguiendo lo obvio. Tiene dos términos, se compone  de un sustantivo y un adjetivo. El adjetivo ‘fálica’ se refiere al falo. Como sabemos, el falo tiene dos aspectos, a saber, simbólico e imaginario.
En tanto simbólico, Φ, el falo es un significante, el significante. El significante que no tiene significado.
El falo es el significante que, por la oposición presencia/ausencia, divide a los seres hablantes según la lógica atributiva del ser o del tener.
El falo en tanto imaginario es un objeto, el objeto que falta, (-φ). Es el objeto que se desconecta de la unidad imaginaria del cuerpo. A partir de allí, toda significación es fálica, y el falo (-φ) es condición de toda significación. El falo imaginario, además, es el que interviene como instrumento en el cuerpo a cuerpo sexual. Justamente, desapareciendo.

Pero, ¿qué hay con la función? Es el aspecto que a veces se descuida. El término función está allí por algo, y tiene todo su peso. Lacan utiliza el término función, explícitamente, en el sentido matemático. No hay ninguna otra función que una función matemática.
Lacan lo escribe con dos proposiciones:
                                                                    Ɐx Φx

                                                                           Ǝx  Φx


Una proposición universal, para todo x función de x.
Una proposición particular: existe un x tal que no función de x, al que no se aplica la función de x. Es la excepción necesaria. La excepción que establece, no que confirma, la regla.
La función fálica vuelve operatoria la castración.
La función fálica pone en función al existente, al x, le da un valor. Lo pone a circular junto a los otros jugadores del juego, representado por su “fichita”. A él se le aplica ahora, como a todos, las generales de la ley. El modo existencial pasa a modo universal dejando en claro que hay una excepción.

Pero al entrar en el juego pierde el goce. Para circular como “hombre” frente a los otros hombres, o para acercarse a una mujer, o a muchas, pero de a una, no tiene más remedio que hacerlo representado.
Hay un tope para la función, que cierra el conjunto. Es la castración, es decir, algo que dice-no a la función fálica.

Dice no al goce, al goce autista del órgano, al goce autista del cuerpo. Es la función llamada del padre. El goce –imposible- pasa a estar prohibido. Y esto obliga al “hombre” (todo ser hablante determinado por el falo) a circular en el vehículo del falo para acceder, sin poder empero unirse jamás, al Otro. El efecto es una pacificación del cuerpo en tanto se goza afuera.  El efecto es el deseo que divide al sujeto, y lo empuja bajo la égida del Φ, a buscar el objeto causa de su deseo.
Todo partenaire se situará en ese lugar.
Del lado mujer, sucede otra cosa. Anatómicamente hombres y mujeres, niños y niñas, pueden situarse de un lado o del otro.
Pero del lado no determinado por el falo se sitúa con toda lógica el existente no universalizable. Lacan lo escribe
                                                        La mujer.
Este La mujer puede relacionarse con el falo, si gusta, sin estar representado por él, y puede relacionarse con S(Ⱥ), con la falla del Otro, con la castración del Otro, con el significante que le falta al Otro. Este S(Ⱥ) comporta una respuesta al deseo del Otro, y por tanto es signo de la castración del Otro. Otro que no puede decir todo, que no garantiza el todo.
Este S(Ⱥ) representa un goce como tal innombrable. Goce que escapa al falo.
Y este La mujer es un existente que no encuentra una excepción para la función fálica, un tope, ∃x Φx, no existe un x tal que no función de x, y por lo tanto no se universaliza, no se colectiviza, no cierra el conjunto.
Trataremos de despojarnos de la pregnancia imaginaria del término mujer, y vamos a interrogar cómo se presenta en la clínica este goce loco, este goce no civilizado por el falo, este goce mudo.
El propósito de este libro es desplegar las diferentes formas en que esta pregunta se formula: toxicomanías, autismos, psicosis, afecciones autoinmunes, fenómenos psicosomáticos, anorexias, violencias, pasajes al acto, etc.
Digamos también que, más allá de la “pennis neid”, que es una manera de posicionarse frente al falo, las mujeres suelen tener más facilidad para escabullirse de la norma, para virar a la locura, para escapar de la regulación, para decir-no, pero desde otro lado. Históricamente, las mujeres han hecho gala de esa malicia que se burla en silencio de ese hombre que nunca está a la altura.

“En verdad, en verdad os digo, no hay límites para la maldad de las mujeres, sobre todo de las más inocentes.”

Buscamos entonces otras formas de esto de fallar la relación sexual, distintas de la forma de fallar “a lo macho”, como dice, no sin ironía, Lacan.

Poner en función al existente, pues, es producir un sujeto representado por un significante, como carta de ciudadanía, para los otros significantes, y esto implica perder el cuerpo.
“Desde mí partió un barco llevándome”, dice maravillosamente Alejandra Pizarnik.

Perder el cuerpo en su corporeidad, en su existencia inmediata, en su goce vital. Ello así, la función fálica hace pasar la existencia al ser, que no puede sino ser falta de ser, ser de significante.
El cuerpo ha de ser ausentado en la palabra. “Yo vivo, me dejo vivir, para que Borges trame su literatura…”, se lee en Borges y Yo.
Pero entonces, ¿el cuerpo de la medicina, el cuerpo que fustiga la religión, que sueña la filosofía o que delira Schreber, acaso no existe?

La paradoja está en que el ser humano tiene un cuerpo, no es su cuerpo. Ese cuerpo ¿es del sujeto? Pero si el sujeto es efecto del discurso, no es anterior al cuerpo. El sujeto real.
El ser hablante no nace con un cuerpo, sino que lo que nace es el cuerpo, lo que se reproduce son los cuerpos.

¿Supondremos un “ser” anterior al cuerpo y anterior al sujeto? Entraríamos en los espejismos de la filosofía.

El cuerpo ha de ser apropiado, asumido como propio, por la sanción del Otro frente al espejo: “Ese eres tú.” La constitución del Narcisismo lleva a la producción de un sujeto real, un sujeto que habla y que dice “Ese soy yo”. Un sujeto real que es diferente del sujeto simbólico, eterno, que es hablado, que es puro s(A).

Así se constituye, profundamente alienado a su imagen, abandonando -y apaciguando- el cuerpo.
La imagen entonces, i(a) o moi, hace que el cuerpo sea el cuerpo del Otro, el propio y el del prójimo.

Pero al hablar, el sujeto ha de hablar desde algún lugar, es decir, en tanto sexuado, identificado a un significante. Es allí donde los estoicos ubican al sujeto: El que habla (locuaz, locutor) desde algún lugar (local). Toma la palabra y dice, en algún lugar.

La clínica nos presenta dificultades, preguntas. El autismo nos interpela. Las diferentes “somatizaciones” no histéricas nos complican. Los montajes narcisistas como las toxicomanías y otras narcosis, las neurosis de angustia, actuales por partida doble, como el “ataque de pánico”, nos ponen en perspectiva un cuerpo que no es simbólico, que vuelve a ser carne, que goza sin el falo.
La forma más simple de formular la pregunta es ¿qué pasa cuando eso no pasa? ¿Qué pasa cuando el cuerpo no se ausenta?


DE CUERPO PRESENTE

La Misa “de cuerpo presente” se celebra con el féretro ante el altar. El ‘féretro´ es el ataúd que contiene al cuerpo del fallecido, el ataúd con el cuerpo. Es el último momento en que el cuerpo está “presente”, a punto de desaparecer. El cuerpo, cadáver, despojado de su carne que ya no siente y que irá a la tierra. Despojado de su imagen, absolutamente inespecularizable. Se dice “de cuerpo presente” porque es el último instante en que todavía hay algo presente, algo que no es del todo símbolo, algo material, aunque, como acabamos de decir, sin carne ni imagen. Puro resto.
El cuerpo cadaverizado es el cuerpo hecho símbolo, totalmente desierto de goce. El símbolo es signo de ausencia. Ese cuerpo queda ausentado en los símbolos, en los significantes, en los discursos que hablarán de él. En su epitafio, prefigurado por el nombre propio. Lo que nos permite advertir, vislumbrar, con Lacan, que desde que es asumido en el lenguaje, el cuerpo ya está muerto, se mortifica. Y puede ser armado por las representaciones. Puede ser separado en partes. Puede representar a un sujeto que no muere, que sobrevive al cuerpo.

“Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero: en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.”

El cuerpo presente es el que aún se resiste a ser recuerdo. Carne que se hace grito escrito, en una cicatriz.
Cuerpo que se hace presente, en la clínica psicoanalítica, de diferentes formas, a través de diferentes tratamientos de la máquina del cuerpo.
Se diría que de cierta forma vuelve de la muerte, de la muerte del significante, del símbolo, y quiere vivir. Gozar es experimentar el cuerpo en vivo. El cuerpo es para experimentar, para sentir. Más allá del falo, de la significación. Más allá del símbolo, de las palabras. Más allá de la letra, del ciframiento.
Formas, paradójicas sin duda, de preservarse de la muerte. Todas las formas clínicas que revisaremos en este libro, es la tesis principal, son figuras de una autoconservación paradójica, de la conservación de un narcisismo más acá de la imagen y más acá de la palabra.
Si el viviente no tiene más opción que morir, no quiere morir sino a su manera.

La muerte, Amo absoluto, es el otro significante que no puede escribirse, que no está en el inconsciente. Por eso mismo, lo cambia todo. La muerte, efecto del lenguaje, ofrece otra vida paradójicamente eterna, la vida simbólica. Pero la existencia grita en la carne.


BORGES: ENTRE LA METÁFORA Y LA ESCRITURA.

Como explica el maestro Alfredo Eidelstein, Freud establece el estudio de la literatura, con la mitología y la filosofía, de la biología con la antropología, y de la historia de las culturas y las religiones como método para la formación del psicoanalista.
La enseñanza formal del psicoanálisis, según el programa freudiano, sigue “el sentido del ‘Universitas Literarum’. Comprende el conjunto de disciplinas que constituirían el conocimiento de las ‘ciencias del espíritu’. Hunden sus raíces en las ideas de von Humboldt, a principios del siglo XIX, y se inspiran el romanticismo alemán. Este romanticismo, que anhela ver la Naturaleza en una honda vinculación con “el Hombre”, a través de la filosofía, la poesía y la religión.

El humanismo que respira este conjunto de materias, que atraviesa a Freud, quien lo lleva a su límite, al límite de su imposible, se traduce en este por el sueño de amor entre la “filogenia” y la “ontogenia”.
Por ello, la función del mito es esencial en Freud. El Complejo de Edipo es la gran construcción teórica que da cuenta tanto de la fuente de los síntomas como de la magna hazaña de la Humanidad en su origen. El Complejo de Edipo se replica en el padre de la horda y en Moisés.

El hecho “histórico”, que se hunde en la noche de los tiempos, el asesinato del padre, ese otro inolvidable, es el acontecimiento que carga “el Hombre” para ser tal.
El famoso pasaje de la naturaleza a la cultura es algo que, en Freud, leído con atención, va más allá de la historia, que queda por fuera del tiempo cronológico, y que se repite en cada individuo. Se signa la muerte como inauguración de la cultura, de lo específicamente humano. Sin contar con el concepto de estructura, apela al mito para dar cuenta del cruce de dos tiempos, lógico y cronológico.

Para Lacan, en cambio, señala Eidelstein, no se trata del ‘Universitas Literarum’. Se trata de que el psicoanalista debe formarse en el estudio de la Física Moderna (Relativista y Cuántica), la topología, la lógica matemática, algebra, teoría de conjuntos,  y la lingüística estructural, fundamentalmente Jakobson. Como muy bien indica Eidelstein, Lacan encuentra en Jakobson, y no tanto en Saussure, el apoyo para la conceptualización de la estructura del significante. Debemos decir que le debe a Jakobson, como a Lévi-Strauss y a otros, más de lo que admite.

Este conjunto, propuesto por Lacan, es el de las Ciencias Formales, que operan a través del establecimiento de lo imposible lógico-matemático, y dan cuenta de lo real. De lo real en tanto imposible. Lo imposible es solidario de la noción de estructura. No hay imposible si no hay estructura, estructura lógica.
A través de lo imposible se destruirá el “todo”. Lacan busca una lógica que tache el “todo”.
Y esto nos permite, entre otras cosas, tener otra noción del cuerpo: al vaciar de sustancia todo saber, nos encontramos con la sustancia gozante, la que no tiene ninguna sustancia, la que establece el saber como goce.
“Y es a través de estas ciencias y lo real que para Lacan se puede concebir cómo adviene un cuerpo en el cual se vivencian los efectos producidos por la cadena significante, en especial los agujeros.”

Entonces, el cuerpo se arma a partir de la escritura de las marcas de lalengua, a partir de las torsiones topológicas de la cadena de equívocos y metonimias que Lacan llama libido.
“Esto no tiene nada de metafórico”, dice Eidelstein. La matemática y la topología eluden la metáfora.
Entonces, tenemos aquí una ruptura epistemológica, dentro del psicoanálisis.
El saber sobre “el Hombre”, colectivizado, solidario de la metáfora, en tanto un significante puede representar algo para otro significante. La metáfora es solidaria del mito, y el mito lo es del universal.
Por eso el mito de Edipo no sirve para nada, como afirma lacan en el Seminario XVII. En contraposición con el mito tenemos la estructura, lo real, lo imposible.
Tenemos escritura, que justamente, no es para ser leída.
Para anticipar lo que diremos a continuación, podemos utilizar dos fórmulas de Borges, dos posturas que conviven en su obra y que podemos resumir así: “Todo hombre es todos los hombres” y “Cada hombre (mortal) es único e irrepetible”. Claramente, la diferencia es la introducción de la muerte. La muerte aporta un valor, el valor de lo irrecuperable. Todo hombre es mortal, se ve precisado a recordar Lacan para introducir la función del padre, en el Seminario XVII.
Pregunto si estas dos posiciones son irreconciliables en la clínica. Es cierto que renunciamos al universal cuando nos acercamos a las puertas del infierno de cada quién, pero también es cierto, y por la misma razón, que nada singular es comunicable. Es el punto de imposibilidad. S(Ⱥ) es la forma de escribir las limitaciones del lenguaje de las que habla Rojo. Allí puede dirigirse La mujer, es decir cualquier x no determinado totalmente por la función fálica.
Para comunicar es necesaria una elaboración de saber que no es la de lalengua ni la del inconsciente. Comunicar es apelar a las “categorías”. “Pensar es olvidar las diferencias” canta magistralmente el Funes de Borges.
Entonces, ni pura escritura ni pura metáfora.
Como intuye Borges, la escritura se marca en el cuerpo, y no se descifra, pues su desciframiento es equivalente a la muerte (La escritura del dios). Y la muerte es la marca de la diferencia, absolutamente incomunicable. “La muerte (o su alusión) hace patéticos y preciosos a los hombres”, hace que no haya “un solo hombre inmortal en todos nosotros”.

Alberto Rojo, representante de las Ciencias Formales que pide Lacan, rescata la metáfora como, no sólo una forma de explicar lo real, sino que “se constituye en argumento sobre la naturaleza de lo real.”
Doctor en Física, Investigador de la Universidad de Chicago y Profesor de la Universidad de Oakland, músico, escritor, Rojo recuerda así la gran metáfora de Galileo, lo real como un libro “que está escrito en lenguaje matemático, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas…”.
Para el físico, todo lenguaje es metafórico.  La Física Cuántica es un “jardín de universos que se bifurcan”, y la fórmula Ʃ=m.c2 se escribió trágicamente  en Hiroshima.

La estructura lógica del lenguaje permite tanto la metáfora como lo imposible.
Este autor señala, además, como desarrollaremos en capítulos posteriores, que Einstein toma como real lo que Poincaré y Lorentz consideraron metáforas, “ficciones matemáticas”, la relatividad de los sistemas y el tiempo local.

La metáfora entonces, inevitable, colectiviza, pone en función, sube al existente al colectivo de “el Hombre”. Pasa de la existencia al ser.  Ɐx Φx. Todo hombre es todos los hombres, para retomar la fórmula borgiana. Sólo que Borges nunca pronuncia esta fórmula: la que más se acerca  se encuentra en “La forma de la espada” y es así: “Cualquier hombre es todos los hombres”. Lo cual es lo mismo pero cambia todo. Porque pasa del modo universal al modo particular. Hay que ir uno por uno. “Las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos”, es otra traducción de esta fórmula.
La función fálica pone al existente en función, lo colectiviza, lo hace representable, pero castrándolo.
La escritura puede ser escritura de la ley, Ɐx Φx, en tanto no puede dejar de escribirse, v=e/t, o puede ser escritura de lo real, en tanto no cesa de no escribirse. Para el existente, lo que se escribe no se dice, en la clínica de lo que elude el ciframiento.
El cuerpo, como sustancia gozante, se sitúa entre la metáfora y la escritura. Cuerpo metáfora, cuerpo memorial, como propone la Señora Labridy.