domingo, 28 de agosto de 2016

Anticipo del libro: "El cuerpo en la experiencia psicoanalítica", de Claudio Dualde

Claudio Dualde  ejerce como psicoanalista, supervisor y docente en la institución La Tercera desde hace más de diez años, y en forma particular hace más de veinte años. Como docente es integrante de la Cátedra Clínica de Adultos de la UBA, y dicta cursos y seminarios de posgrado en varias instituciones. Además, coordina pasantías en La Tercera para universidades como El Salvador, Kenneddy, Palermo, etc. Se desarrolló durante muchos años en el área de las toxicomanías, coordinando el Equipo Profesional del Centro Terapéutico Minerva, institución para pacientes duales. Actualmente prepara su primer libro.

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martes, 16 de agosto de 2016

Tres Luces - Claire Keegan

Claire Keegan: Tres luces. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011.


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En su momento nos estremeció Antártida (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2009), un conjunto de historias de estética sobrecogedora y trama sin aliento. En Tres Luces C. Keegan te lleva al foco del drama a través de un relato exacto, despojado y vibrante. Todo ha sido anunciado ya cuando llega el desenlace: por el súbito trastorno de una voz, pero también por una mano que oprime brevemente, por el zumbido lejano de una motosierra o por el peso de un balde con agua; el lector se da cuenta entonces de que son un enjambre de desenlaces los que fabrican el nudo de esa reseña apretada y llena de emoción.

La niña de Tres Luces corre, primero llevando cartas y más tarde un estallido de amor filial. Un amor cuyo latido nos llega a través de la letra de Keegan con un eco poderoso. Bebiendo agua, de esa que jamás devolverá el trozo perdido de la mujer que la acogió, apura el trago amargo de su propio abandono: “la agarro de la mano y siento que la equilibro”. Había pisado al llegar una frontera difícil, donde ya no era la misma pero tampoco la otra, cuando aún no se marcha el que la llevó hasta allí, dejándola sin valija, sin explicación y sin promesa de volver a recogerla.

lunes, 8 de agosto de 2016

Una mujer sin más allá - Allouch

Jean Allouch: Una mujer sin más allá. La injerencia divina III. Edit. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2015.
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Las relaciones entre el amor, el deseo y el goce tendrán, según Allouch, configuraciones diferentes según que el Otro exista o inexista para cada quien; según que se haya notado el acontecimiento de la muerte de Dios y más aun, que se le haya dado la segunda muerte (olvidando la primera).
Según en fin que para el hablante haya un más allá renegatorio de la castración o que ese más allá se haya dejado caer, en el sentido fuerte del término.
El Otro habita en el partenaire heterosexual (ausente), en el heteros llamado también lo femenino, mencionado asimismo por Lacan como el lugar de Dios, en Encore.
En las relaciones de amor en general y en la relación transferencial en particular está en juego un goce que puede ser menguado, del que puede obtenerse una temperancia via la declinación de toda trascendencia de la vida para que ésta incluya a la castración y a la muerte.
Declinado lo trascendente la cosa femenina deja de estar ligada a lo desconocido e inefable para ser, encarnada en el compañero sexual más allá de su género, aquello que puede compartimentar el goce, sosegar su sufrimiento, morigerar su demasía. Es un femenino que lleva al extremo la consecuencia lógica de la ausencia de relación sexual.
Existe una cuestión de gradación en este asunto, tanto cultural como personal, de la inexistencia del Otro. Lo cual J. Allouch interpreta, leyendo a Lacan, diciendo que Dios murió pero aun se nos aparece su espectro, como Hamlet padre; o que el Otro inexiste pero no se ha descartado todavía toda posibilidad de que exista. Existe más o menos, existe un poco no obstante su muerte, o para decirlo con más precisión, la muerte de Dios nos sume, como suceso efectivo, en una vacilación que va de (A) a S() y vuelve, antes de que reciba su último ramalazo, cosa que se espera de un análisis llevado a su término.
Mientras tanto, la sexualidad en hombres y mujeres está impregnada de esta cuestión, su modo de hacer síntoma responde a esa vacilación aludida.
La caída de toda y cualquier trascendencia es estrictamente correlativa de un tipo de amor (ese que J. Allouch se dedica a re-censar en El amor Lacan), que encuentra en él mismo su límite y que desemboca en un impasse permanente, un amor que no alcanza su fin.
Un objeto de amor “sin más allá”, es la expresión que J. Allouch toma  prestada de F. Alquié, el amigo de Lacan  que la usa para calificar a la mujer objeto de su obsesión. Ese objeto puede estar en posición divina sin ser Dios.
Es una posición que se acerca a la de un dios pagano y no al Dios del monoteísmo, en primer término. En segundo lugar, y si más allá del objeto de amor no hay nada, carece de ex-sistencia, es decir que no ocupa un sitio de excepción.
La relación erótica entre Dionisos y Ariadna (Nietzsche), que ejemplifica este nuevo modo de amor sin Dios, reafirma la inexistencia de relación sexual pues tanto la erótica como la ética de cada uno de los partenaires son distintas y no se complementan con las del otro. Cada uno es dueño de un don dado y de un don recibido y ellos son heterogéneos.
Ariadna no es una diosa pero sí una presencia divina: mujer sin-más-allá que consumaría la muerte de Dios. Y que sería susceptible de dar un tratamiento a aquello que se presenta como un exceso, “desorganizado, caótico y sobresaturado”.
Es entonces cuando el amor cambia de paradigma, deja de ser el amor del padre (genitivo objetivo y subjetivo), el amor de la salvación y de la coerción. Pasa a ser el amor que ha sido bautizado “amor Lacan”, que sustituye lo Uno por lo diverso, que no es incondicional y que, como recordamos más arriba, lleva en sí su propio límite. Que pone en obra, podríamos decir, a la castración misma.
Y comprendemos mejor todavía lo que ya Allouch había llamado espiritual, redefiniéndolo:


“Ese flujo necesita la carne de Ariadna, y en esa misma necesidad tiene en cuenta un estatuto que no depende para nada de un más allá. A lo que entonces es declarado “divino” yo lo llamo “espiritual”, de modo que se torne explícita la ausencia de más allá, de trascendencia”.


Allouch destaca asimismo la notable ausencia de más allá en la enseñanza lacaniana, en sus grafos, en la topología y en los nudos. Esto es acorde a una epistemología que ya no es la del Uno.
En el dispositivo analítico, que al decir de Allouch es un tipo de acoplamiento, ese lugar sin-más allá como temperador del goce que hace sufrir le corresponde al analista, mientras que el de Dionisos le toca al analizante. Cuando se trata del descifrado de un sueño por ejemplo:  su “diversidad excesiva” y goce concomitante sufren una redistribución que atempera esa diversidad e interviene por lo tanto en su economía libidinal, con una eficacia mucho mayor que los sentidos metafóricos que “interpretan” al sueño.


“(…)el cifrado penetra el desciframiento que, por su parte, modifica su configuración. La libertad de Ariadna, ser de carne que domestica a su verdugo Dionisos, es la que actúa, descifra, escande, puntúa. (…) de su disponibilidad y de su capacidad para dejarse penetrar por el exceso dionisíaco, así como de su relación con la muerte, único sostén efectivo de su libertad, depende el desciframiento de un sueño, vale decir, que se produzca una disminución de goce, un determinado plus (de la negación “ne…plus”) de gozar.”


Y para concluir:


“(…) esa erótica permite situar bajo una nueva luz el ejercicio analítico concebido como erotología de pasaje. Pone de relieve que aquello que está en juego es una domesticación de las pulsiones, que tal domesticación no puede ser sino el resultado de un acoplamiento que reduce el sufrimiento goce produciendo un “plus”, es decir, una disminución del gozar.”