martes, 20 de septiembre de 2016

Copérnico - Banville

John Banville: Copérnico. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990.
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“(…) entonces llegó la solución, con calma, como si un enorme y sereno pájaro dorado se posara sobre su cabeza agitando sus grandes alas con un sonido monótono. Era tan simple, tan maravillosamente simple, que al principio no la reconoció.”

En un mundo donde Dios es la medida de todo, las teorías científicas sobre las causas y las finalidades de los fenómenos naturales solo pueden ser construcciones descriptivas, útiles para explicar que las cosas se muevan en un sentido más que en otro, y estrictamente nada más. Aristóteles, Tolomeo, Nicolás de Cusa, sus teorías son correctas, no verdaderas; la ciencia de la antigüedad y del Medioevo no traspasa el límite de aquello que debe quedar en las esferas de la filosofía y de la religión.
Nicolas, sin embargo, pretendió que la astronomía rompiera esa barrera y tocara lo real, que no se conformara con especular sobre lo posible. Había una ruptura que hacer en el seno mismo de la ciencia; él contaba con esa intuición que precede al quiebre de un paradigma. Y ella, la intuición, lo conducía en la dirección de un acto innovador que lo consumara.
Primero fueron las artes liberales. Ante el profesor que imparte el trivium de lógica, gramática y retórica el joven y penetrante Nicolas resuelve el acertijo de los 3 hombres y los 5 sombreros. El mismo del que Lacan se sirve para desplegar el tema de los tres tiempos lógicos. Y se introducía, en el cuadrivium que incluía a la astronomía junto con la geometría, la aritmética y la música, en los misterios de compartimentar el continuo que obligan a la flecha de Zenon a un recorrido infinito.
“La verdad es un concepto ambiguo” le había dicho uno de sus maestros aludiendo a las teorías del universo, y eso tendría un eco prolongado en su pensamiento, una resonancia que alcanzaría a su gran conjetura heliocéntrica. Como sucede solamente con esos contados sabios que son capaces de inaugurar una epistemología rupturista, su obra se erige sobre lo que el pensamiento de lo evidente e intuible rechaza, y se aplica a otorgarle legalidad científica.
La inspiración del joven Koppernigk, esa confusa agitación del que no sueña ni un instante con la inmortalidad sino que solo se siente presa de un impulso ingobernable e impresentable, es delineada con maestría literaria por J. Banville: entre el concierto de ideas fragmentarias, los errores, los recomienzos, el agotamiento y el temor a la locura, la lucidez súbita que lo conmina a no desechar aquello que la ortodoxia condena.
Nicolas y su hermano Andreas, unidos “por correas de odio y pavoroso amor”, caminan desde Cracovia hacia Italia en un peregrinaje cargado de inclemencias, enfermedades y muerte.
Fue más tarde sin embargo que advirtió que la muerte “produce un súbito vacío en la tierra, un agujero en el tejido del mundo”, cuando murió su cruel tío materno. Pero, y como suele ocurrir, en la estela del duelo por la detestable figura paterna se precipitó su escrito, el comentariolus con los axiomas del heliocentrismo; lo echó a andar en copias de amanuense sin poder hacer otra cosa y profundamente aterrado. Copérnico sentía miedo, y este alimentó su silencio y su reticencia hasta su muerte.
Especialmente enfatizado que no buscaba la verdad ni creía en ella, que bastaba una armazón discursiva convincente aunque careciera de significación, que lo verosímil era todo lo que se podía esperar y que la verdad es escurridiza: tal vez por eso, diremos, pudo tocar un real.

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